Todas las tiras del dibujante y pintor Andrés
Rábago, conocido como el Roto, en la etapa
en la que firmaba como OPS. Ahora con un
precio irresistible.
Durante más De treinta años, una pesaDa maleta De cuero
negro había permanecido cerrada y oculta en el armario de
una habitación lateral de mi estudio. Era un armario de poco
uso; además de la maleta, su contenido consistía en alguna
ropa vieja colgada en perchas, el trípode de una cámara de
fotos, una antigua máquina de escribir, varias carpetas de
dibujos y grabados por los que sentía poco aprecio y, en una
balda superior, una edición de calendarios y sobres con más
dibujos. aquella maleta negra permanecía cerrada, pero no
olvidada. en su interior estaba guardada una gran cantidad
de trabajos de ops, un dibujante que también había sido yo
mucho tiempo antes. Siempre he sentido un intenso rechazo
a revisar mi propia obra, quizás por una vaga sensación de
vértigo al contemplar tanto trabajo acumulado, vértigo que
generalmente he intentado superar rompiendo en cada
ocasión un cierto número de dibujos, en especial aquellos que
me han parecido más endebles o prescindibles. esa era en parte
la razón por la que durante tanto tiempo aquel depósito de
cadáveres había permanecido silencioso en su cripta, pero ese
argumento no podía acallar la voz que, de forma cada vez más
insistente, reclamaba su apertura. toda condena ha de tener
un in y aquella maleta había cumplido una condena a todas
luces injusta, motivada muy probablemente por el pánico
que me producía la posibilidad de que su contenido y su autor
pudiesen derrotarme. Quizás fuese esa la razón por la que, solo
cuando pude tener la absoluta certeza de que podía medirme
con posibilidades de éxito con quien durante tanto tiempo
había permanecido silencioso, le permití salir. no observé, por
su parte, ningún rencor ni expresión de enfado y, por la mía,
tuve que reconocer que, a pesar del tiempo transcurrido, se
mantenía tan fresco y fuerte como cuando entró: pura ibra
incorruptible, provocador y mordaz. Durante un tiempo, que
me pareció interminable, me miró a los ojos, desaiante; luego,
pareció relajarse y soltó una risotada: «Mira que te ha costado»,
dijo. «No puedes imaginar el tiempo y el esfuerzo que he tenido
que pagar por tu liberación», le contesté aliviado. «Por lo
demás, si te hubiese permitido salir antes, ni tú ni yo habríamos
sobrevivido