Tras el triunfo del golpe militar de 1936, algunos combatientes republicanos
siguieron luchando por las libertades durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando esta terminó, de regreso a su país se echaron al monte para, además de evitar
las represalias de los vencedores nacionales, seguir luchando por sus ideales. Este
grupo de guerrilleros recibió el nombre de «maquis», cuya etimología proviene de las
zonas de arbustos y matorrales (maquia) en las que desarrollaban su actividad.
En esta novela gráfica, Manuel Antonio García Iglesias recrea la peripecia de tres
mujeres que a finales de los años cuarenta actúan como enlaces con los maquis
cántabros. La figura de los enlaces fue fundamental en la resistencia, pues procuraban
a los emboscados alimentos, ropa, tabaco, información , y preservaban su
supervivencia jugándose la vida.
Con esta historia el autor no solo quiere mostrar el inconformismo de estas mujeres,
sino también remarcar cómo a la fuerza y bajo la fuerza se buscaba la humillación de
los vencidos, que en ocasiones acababan por abrazar la autocensura, «una manera de
morir poco a poco».