Carlos I nunca llegó a ser emperador de Alemania.
Los comuneros se alzaron con el triunfo en la batalla
de Villalar y le arrancaron concesiones y privilegios
que han consolidado una Castilla industriosa, comercial
y tolerante, donde conviven cristianos, judíos y
moriscos y en la que ha arraigado el humanismo.
Pero los poderes tradicionales se resisten a desaparecer.
A la temprana muerte en accidente de caza
de Felipe II sigue una cruenta guerra de sucesión
que enfrenta al infante don Carlos, legítimo heredero,
y a don Juan de Austria, el héroe de Lepanto.
Del lado de la tradición se encuentran la mayoría
de los temibles tercios, una cruzada venida del norte
y una fuerza de mercenarios papales armados con
los artefactos bélicos diseñados por Leonardo da Vinci.
Pero tanto o más importante que los ejércitos será
la guerra oculta en que asesinos, inquisidores, conjurados,
nobles, místicos y alquimistas pugnarán por
avanzar los intereses de su partido.
La batalla decisiva se librará en Toledo y será una
lucha abierta por el alma del imperio.